Cita


"No podem canviar les cartes que ens han repartit, però encara hem de jugar la partida."

Randy Paush



diumenge, 29 de juny del 2008

Capítulo 1


Es una noche de octubre, una de esas noches en las que el recuerdo de una lluvia reciente se puede oler a través del asfalto en las calles. Una de esas, en las que la suela de tus pasos suena de forma diferente a la acostumbrada en un clima seco, y te hace pensar que, si quisieras, podrías improvisar una coreografía similar a las de Fred Astaire y Ginger Rogers. Una estrecha media luna, con forma de rodaja de sandía, acompaña su paseo nocturno de vuelta a casa después del trabajo. De pronto, se detiene bruscamente para recoger una moneda que brilla cerca de su ruta; la examina, y con un divertido gesto la lanza al aire. Cruz. Tendrá que ir otra vez, pensó, sólo una vez más.
Vera trabaja como camarera en un pequeño bar cerca de la estación del Norte de Valencia, un sitio agradable según ella, donde casi nunca se repiten las mismas caras y la gente pasa con prisas, sin entretenerse con charlas insulsas o preguntas curiosas que no tiene intención de responder. El lugar, a decir verdad, no está dotado de una original decoración modernista, como a ella le hubiera gustado; más bien es algo lúgubre y marrón, sin apenas ventanas que dejen entrar la luz en los días soleados. Ni siquiera se vislumbra una rendija de visión de las calles céntricas de la ciudad. No es un lugar propicio para los intercambios sociales. Aún así, mantiene conversaciones amistosas de vez en cuando con algunos asiduos al café, como el Señor Garcés. Lo conoció durante su primer día de trabajo y su sonrisa inicial, a modo de saludo le trajo el presentimiento de que esta vez, por fin, conseguiría que no la despidieran al día siguiente. Tal vez, por ese presentimiento, decidió en ese momento mantener una actitud amable con él y no mostrarse cortante, como es usual en ella. Era la barba blanca, motivo de bondad interior, la que le inspiraba confianza y seguridad. Ah Garcés, pensaba a menudo Vera, tú no lo sabes pero gracias a ti conservo mi trabajo en el mismo sitio desde hace dos años y gracias a él puedo permitirme el alquiler de mi viejo piso de la calle Numancia.
El Capitán, como se hace llamar, es un marinero retirado, antiguo estudiante de Ciencias del Mar, cuyas historias sobre sus innumerables viajes y mujeres son capaces de entretener a cualquier pasajero que tenga tiempo y ganas de escucharle. Sólo Vera sabe que tiene los días contados a causa de un cáncer de pulmón que le tortura desde hace años en sus horas de soledad.
Pero ahora tiene que centrarse en su suerte. Cruz, recuerda, le había tocado cruz, por lo tanto tendrá que volver a casa pasando por la Plaza de la Virgen, aunque para ello tenga que desviarse algo del camino más corto a casa. Muchos días acude al trabajo en bicicleta, el único medio de transporte en el que se siente libre, en el que puede coger aire y respirar profundamente sin marearse. Pero hoy no ha sido uno de esos días. Los días de lluvia sale a pie y sin paraguas. Bueno, no tengo prisa, ¿Quién me espera? Se pregunta, y además la luna le acompañará silenciosamente en su paseo nocturno por Valencia. Le encanta su ciudad, no se ve con fuerzas para alejarse demasiado de ella, no podría vivir sin su cielo despejado, sus calles viejas y sus edificios que imagina con secretas historias en su interior. Disfruta observando en cada ojeada los ventanales alargados de las fincas antiguas, los miradores decorados con mil y una fantasía arquitectónica, las ventanas que por descuido de sus ocupantes se dejan entreabiertas y permiten descubrir detalles de intimidad de los otros.
Una luz rojiza se transparenta a través de una fina cortina que ondea según el son de la brisa del momento. Unas notas suenan desde allí y contribuyen la decoración de las calles, un complemento perfecto para esa noche. Alguien ensaya al piano el Nocturno nº2 en Mi bemol Mayor de Chopin, Vera lo reconoce, a pesar de los errores que de vez en cuando comete el intérprete. Un recuerdo de su niñez aflora al instante, estaba bailando con su hermana mientras su padre tocaba la misma pieza, haciendo piruetas e imaginándose ambas grandes bailarinas… Oh, ¡Qué felices años! ¡Quien pudiera recuperar parte de esa felicidad que rememora ahora! Vera quiso en ese instante volver a ser niña para así no pensar… No pensar. El remedio era éste, elixir mágico que solucionaría todos sus problemas de insatisfacción.
Había tenido una infancia muy feliz, sobre todo si la comparaba con su vida de adulta. Nada que ver. Se sentía muy orgullosa de su familia y de la relación que siempre había mantenido con ella, hasta que su espíritu independiente le obligó a dejar la casa de sus padres. No compartían su modo de vida, pero la aceptaban tal y como era y respetaban el camino que había seguido en la vida. Más bien, aceptaban la actitud de quien aún no ha encontrado su camino. Aún así no podían evitar de vez en cuando el mismo interrogatorio:
-No sé por qué no terminaste tus estudios, deberías haber elegido otra carrera, en vez de estudiar bellas artes… ¿De qué te sirve ahora?
-¡Hice lo que vosotros me aconsejasteis, estudiar lo que más me gusta!
La discusión solía terminar en este punto, puesto que era cierto el hecho de que siempre se habían sentido orgullosos de permitir que Vera eligiera su propia vida; no como ellos, obligados a seguir en el negocio familiar de una zapatería a la que ya no acudía mucha gente. Calzados Salcedo había sido un buen medio de ganarse la vida, aunque se mantenía a flote gracias al trabajo intenso de su familia, y a los clientes que habían sido fieles compradores durante años y seguían siéndolo.
Vera sonríe para sí misma, pensando en sus padres, y se alegra de no haberles contado todo lo que hay de aterrador en ella. Sus miedos, sus manías, ella misma es su propia cárcel y su propio verdugo, lo sabe.
Con paso lento y regular rodea parte de la Catedral para adentrarse en la plaza de la Virgen, pasando por el centro, aunque corra el riesgo de ser atropellada por los patinadores que practican sus saltos en las escalinatas. Un patinete pasa rasante a sus pies, parece que viaja solo, sin conductor y sin rumbo. Alguien le grita perdón desde atrás, pero no se gira, no lo ha oído, se queda ensimismada mirando al suelo. Le gusta releer la inscripción que ya sabe de memoria:
Iunius Brutus cos. in Hispania is, qui sub Viriatho militaverant, agros et oppidum dedit, quod vocatum est Valentia.
Es su costumbre leer dicha inscripción, para luego sentarse durante unos minutos en la fuente, escuchando el rumor de las aguas de Neptuno. Mentalmente dibuja un boceto que empezó hace nueve años de la puerta de la Catedral, pero esta vez se mantiene fiel a su propio estilo, tal y como le hubiera gustado hacerlo entonces. Siempre remoja una mano, como si buscara entre las aguas algo que se le ha perdido, puede que intente atrapar algún pez imaginario, como si fuera a caer en sus manos fácilmente. Mira a la gente pasar. Y en esos momentos se permite pensar en una noche, hace algunos años, en la que dejó pasar el tren de la oportunidad de ser feliz, ese tren que solo pasa una vez en la vida.
Es consciente de que lanzar la moneda es sólo una excusa para llegar allí, hasta Neptuno, donde afloran los recuerdos a su mente, como si estuviera viviéndolos ahora. Si cierra los ojos lo ve todo. Allí mismo, en esas aguas, tenía sumergida la mano cuando se despidió. No podía ser, se repite constantemente, es mejor así. Pero sabe que se miente a sí misma, igual que le mintió a él en su momento.
Una vez, en esa misma fuente, dejó que Alfredo pensara que no había significado nada para ella. Se despidió de él fríamente y con pocas palabras. Se engañó a sí misma pensando que le resultaría más fácil aceptar la derrota sin llegar a luchar.
- Querido, creo que es hora ya de despedirnos- dijo Vera.- Mañana no te acompañaré al aeropuerto. Tú volverás a Roma y yo a mi vida. Es mejor que no nos dejemos nuestras señas puesto que nos engañaríamos si nos dijéramos que vamos a llamarnos, o peor aún, escribirnos de vez en cuando.- Ella misma se sorprendió al escuchar su voz, demasiado grave para ser femenina, y sin un ápice de duda.
Algunas lágrimas brillaron en los oscuros ojos de Alfredo y resbalaron hasta su cuello mientras él giraba el rostro hacia la fuente. Podía sentir su decepción, como si telepáticamente preguntara a Neptuno por qué no se había dado cuenta antes. Solo había sido eso, una aventura de verano, como seguramente los dos habrían tenido otras. Vera aún seguía con la mano en el agua cuando Alfredo se levantó y le dio la espalda. Sin decir nada se alejó, a paso lento y derrotado hasta que desapareció de su campo visual. Algo brilló en el suelo tras sus pasos. Era una moneda. Cruz.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Ada, como kedamos, Vera o Martina?? jajaj se te ha escapao un Martina por ahi...
Sigo pensando lo mismo del capitán pescanova...Qué hace un capitán en la estación?? Bueno...puedes escribir esa histora también... ;)

M'encanta ,Ada...escrius genial...
Continúa així k vull saber ke passa!!

Ahh!! Tinc un títol!! recorda'm que te'l diga...
Un besito escritora!!

Irianesh ha dit...

Ada com kedem, Vera o Martina?? jajaja eske se t'ha escapat un Martina per ahi...;)

Sigo pensando lo mismo del capitán pescanova, qué pinta un capitán en la estación? esta loco o ke? Bueno, supongo que puede servirte de excusa para escribir tambien su historia...

Ada, m'encanta...Escrius genial...Segueix així, que ja tinc ganes de llegir més!! :)
Ahh!! Tinc un títol, recorda'm ke te'l comente, a vore si t'agrada...

Au revoir, mon amour ;*